Alejandro Frankel
Esmuc 2013/2014
Nunca dejará de sorprenderme el movimiento circular de la historia. Provengo de un hogar de inmigrantes judíos, a uno de mis abuelos le decían, despectiva o cariñosamente dependiendo de quien viniera, el ruso y al otro el turco. Ambos apodos, formas de síntesis sobre el origen de las comunidades inmigrantes que hicieron los habitantes de la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Los dos llegaron al país escapando de la guerra, en la que murió parte de su familia, o de la segregación y debieron rehacer su vida en un lugar del que no conocían ni el idioma ni las costumbres y que no reconoció los títulos universitarios que trajeron para poder emprender el camino. De todos modos, y como muchos de los inmigrantes europeos que llegaron a diferentes partes de América, en base al trabajo y la perseverancia pudieron recomponer, al menos en parte, su vida.
Mi abuelo Boris, » el ruso», inmigrante polaco, nunca llegó a aprender el idioma, habló toda su vida en un dialecto raro que mezclaba palabras en idish, polaco, ruso y español. Por el contrario, mi abuelo Miguel, » el turco» se acostumbró al idioma rápidamente. Contadas veces intercalaba palabras que yo sentía como mal pronunciadas, pero que reconocía de canciones que cantaba y canta mi madre. En ambas casas existía un folklore judío láico: se celebraban las fiestas, se cocinaba comida tradicional, se cantaba música tradicional y se recordaba, con mucho dolor, la tierra que se había dejado.
A los 11 años, comencé a trabajar como músico con mi madre en un espectáculo de canciones sefaradíes. Fue en ese entonces cuando entendí que lo que hablaba mi abuelo Miguel era Ladino y por esa similaritud con el español le había sido tan facil acostumbrarse al idioma a diferencia de mi abuelo Boris. De todas formas, el concepto dentro de su marco de origen tomaría forma muchos años después. En ese entonces, la música sefaradí, música de los judíos españoles que fueron expulsados entre los siglos XIV y XV de España y en consecuencia debieron migrar a diferentes puntos del mediterráneo, no era más que algo que sentía muy propio de alguna manera, ya que lo había mamado desde niño y muy lejano de otra, por las historias de hazañas épicas que contaba, en paisajes que no se condecían de ninguna manera con los que yo tenía acceso en Buenos Aires o en otros lugares de Argentina que conociera. De todas formas, y al igual que lo que me pasa con las músicas de los balcanes y de muchas regiones de Europa del este, había algo que tocaba una fibra íntima y que permitía que los complejos ritmos y las melodías modales fluyeran libremente sin pensarlo demasiado.
El tiempo pasó y fui buceando por diferentes horizontes musicales, pero siempre con la música sefaradí presente de una u otra manera. Mis abuelos murieron y yo, muy a su pesar si lo supieran, heredé la nacionalidad polaca y con ella, la posibilidad de circular libremente por la unión europea. A los 22 años y para pagarme mis estudios musicales en Europa, me subí a trabajar a un crucero por el mediterráneo. Hasta ese momento, el mediterráneo no era para mi, más que un mar lejano y sin ningún tipo de connotación personal. Viajé desde Buenos Aires, embarqué en Atenas y estuve 14 días navegando y parando en diferentes puertos. hasta que en el día 15, que era lo que duraba cada ronda de pasajeros, el barco hizo puerto, es decir, se quedó dos días a cargar provisiones y gasolina en Estambul. Lo que para mi era un puerto más, se terminó convirtiendo en el principio de una revisión de mi historia familiar, musical y personal. Caminé las calles reconociendo a mi abuelo en cada esquina, Los olores se me hacían familiares, el ruido, las vestimentas, la forma de caminar de la gente, los sonidos. Todo tenía mucho más sentido de lo que yo me hubiera imaginado y la conexión, y el prfundo amor, con la ciudad fue inmediata. De ahí en adelante cada 15 días me levantaba a las 6 de la mañana y salía a recorrer la ciudad. Hacía una parada estratégica por un café turco y un baklava y caminaba la ciudad acompañado de mis compañeros de grupo o solo aprovechando cada instante que tuve para ver, oler y escuchar todo lo que pude. Cerca del barrio de Taksim, muy de moda ahora, encontré las tiendas de instrumentos donde estaban los mismos, o muy parecidos, que tenía mi familia en casa. Cerca de la torre de Galata entré a una sinagoga donde vi el mimso tipo de vitrós que adornaban la casa de mi abuelo. Entendí su uso de las especias, su forma de regateo constante. De a poco, el mediterráneo comenzó a tomar forma como algo más que un mar.
En uno de los puertos en los que paró el barco, fue en Barcelona, donde me recibió un gran amigo que había, después de la crisis agentina, venido a trabajar muy satisfactoriamente como músico. La ciudad me gustó tanto que decidí continuar mis estudios aqui. Terminé mi carrera de composición en Buenos Aires, hice las maletas, cargué el contrabajo en un estuche rígido y me vine, con los ahorros del barco y una beca de perfeccionamiento, a estudiar a Barcelona.
Como buen inmigrante sin trabajo, cuando llegué tomé todo lo que vino a mi como un tesoro. Bien pago, mal pago, bueno, malo o pésimo musicalmente. Todo fue bienvenido a la hora de poder seguir pagando mi estadía y, por consiguiente, poder seguir formándome. Uno de estos trabajos fue con una banda sinfónica que me llamaba para hacer refuerzos en la sección de cuerdas. La paga era ínfima y el nivel técnico casi inexistente, pero para mi era una gran ayuda a la hora de llegar a fin de mes con los gastos. Al terminar un programa de música española, se presentó la oportunidad de hacer una pequeña gira, por decirlo de alguna manera, por el sur de España. Yo, encantado de que me pagaran por viajar, emprendí el recorrido. Este encuentro, debo confesar, no fue tan intenso como el que tuve con Estambul, pero sin lugar a dudas, terminó de cerrar el círculo de una parte importante de mi historia personal y familiar. Lo que encontré fue el paisaje de las canciones que durante años toqué y canté. Pude » oler» las letras y degustar las regiones de las que tanto había escuchado. Encontré los trovadores, las entonaciones y las formas de uso de la voz. Empecé en ese viaje a hacerme a la idea de que el mediterráneo era mucho más parte de mi de lo que yo creía o, mejor dicho, de lo que yo no sabía.
La música Sefaradí se dividió, en el siglo XVIII , en dos corrientes dieferentes. Una, la de los que inmigraron al norte de áfrica (sobre todo Marruecos), que mantuvo debido a la cercanía con España muchos lazos musicales con la península y otra, la de los sefaradíes orientales, que se mezcló con ritmos y melodías turcas y provenientes de los balcanes. En ambas tradiciones, se mantuvo intacto el rol preponderante de la mujer como transmisora de los mensajes en el canto. Una gran parte del repertorio está narrado desde el punto de vista de una mujer. De alguna manera, y sin saberlo hasta muchos años después, mi primer trabajo como músico con mi madre cantando canciones sefaradíes, en un contexto totalmente diferente, en un continente diferente y muchos siglos después, fue la continuación natural de las prácticas de mis antepasados.
En el siglo XX, muchos compositores académicos, sobre todo españoles. hicieron transcripciones y arreglos, tradicionales y modernos, de canciones sefaradíes. Gran parte de su interés radica en cuestiones extramusicales, por decirlo de alguna manera. La forma de la música sefaradí conserva un importante lazo con los romances o baladas de la españa de los siglos XII y XIV. Su estructura métrica está dada, generalmente, por 16 sílabas de rima asonante, divididas en cuatro frases de igual longitud. De la misma manera, su carácter melódico está principalmente influido por características de la llamada musiqa andaluziyya y de los makamat, modos, de la cultura islámica. Entonces, más allá de su valor y hermosura musical, son, entre otras cosas, documento vivo de la convivencia durante siglos de culturas judías, islámicas y cristinas en la península ibérica.
Del mismo modo, en la actualidad, hay una corriente de música sefaradí que se ha mezclado con el pop, el rock o el jazz y ha tomado un carácter más moderno, por decirlo de alguna manera, y ha dejado su característica acústica para encontrarse con instrumentos eléctricos que permiten estos nuevos sonidos.
La música Sefaradí es entonces, un micro ejemplo del macro mediterráneo: una música que ha pasado cambios políticos, sociales, migraciones, que se ha influenciado por diferentes culturas, tradiciones y modernidades y que ha migrado a parajes lejanos e insospechados que la asimilan como suya, al igual que otros en alguna otra punta del mapa.
En mi migración personal, me he visto volviendo a la tierra de donde partieron, no muy a gusto, mis antepasados lejanos y al continente de donde huyeron mis abuelos. El otro día fui a tocar con mi grupo de música Klezmer y balcánica a Lleida. La formación está compuesta por un 30% de músicos judíos y un 70 % no judíos. El repertorio que hacemos abarca desde el siglo XVI hasta el XIX. Antes de empezar el espectáculo tuvo que venir la policía porque una manifestación con sirenas y palos quiso interrumpir todo. porque supuestamente eramos cómplices de asesinos. En un momento del concierto, entró una señora de unos cincuenta años y nos dijo a nosotros, músicos que estábamos interpretando tanto música cristianas como judías o islámicas, previas a cualquier conflicto religioso en medio oriente, que teníamos sangre de plestinos en las manos. Hace unos días, triunfaron en las elecciones europeas, con los mismos discursos con los que fueron echados o exterminados mis antepasados, la ultraderechas de Francia y Reino unido, siguiendo el ejemplo de Hungria. Cuando escucho a Ángela Merkel decir que » se acabó el multiculturalismo, los inmigrantes deberán acostumbrarse a nuestros valores occidentales y cristianos», no puedo más que pensar y temer que la historia es circular.
Judy Frankel
música sefaradí con influencia turca:
música sefaradí tocada con instrumentos antiguos en el S.XX
música sefaradí de Marruecos:
sefarad eléctrico
Música sefaradí en la españa actual